CATÁN
Dejadme, niños y niñas, que les cuente una historia sobre los Antiguos Tiempos. Érase una vez, la idea de que 3-4 personas adultas y sanas se sentaran en torno a una mesa para tirar dados y mover fichas de un lado a otro durante un par de horitas por voluntad propia resultaba extraña. Por aquel entonces, sólo los más raritos (hace tanto tiempo que la palabra friki ni siquiera se había inventado) hacían algo parecido, y siempre tenía que ver con larguísimos manuales, historias de dragones y mazmorras o complicadas simulaciones militares.
Yo, por supuesto, era uno de esos raritos. Las tardes de domingo de aquel entonces estaban reservadas para las carreras de cuádrigas, las traiciones entre familias en una república bananera o los conflictos armados en la Europa anterior a la Primera Guerra Mundial, cuando no estábamos perdidos en Bajomontaña o improvisando mazos de Magic. La vida era lo suficientemente simple como para poder complicárnosla a base de memorizar reglas, y seis horas de partida parecía algo razonable cuando podías compensar echando una cabezadita en el pupitre del rincón al día siguiente.
Por aquel entonces tuve mi primer encuentro con Catán. El anfitrión de nuestras veladas nos recibió con un mapa desplegado sobre la mesa, como era habitual, pero esta vez no había fichas de cartón representando soldados, y los hexágonos no eran los de la versión espacial de Kings & Things que solíamos jugar. ¿Juego nuevo? ¡Pero si no estábamos avisados! ¿Vamos a tener que aprender? ¿Por qué no sacas el Machiavelli, que ya lo conocemos todos?
Lo que sucedió a continuación nos dejó sin palabras: efectivamente, íbamos a probar ese juego nuevo sin la semana de preparación de rigor para leer el reglamento ni nada. Podéis imaginar la situación de estrés que vivimos, y no exagero si digo que hubo desmayos y algún conato de infarto. Bueno, sí exagero, pero el caso es que no las teníamos todas con nosotros y no pensábamos que aquello pudiera funcionar, pero nos equivocábamos: en cinco minutos el juego estaba explicado y entendido, y jugamos sin ningún problema ni duda en las reglas. La experiencia fue divertida, y nos lo pasamos bastante bien bloqueándonos las salidas al puerto y sacándoles partido a las situaciones de monopolio, aunque tampoco terminó de calar en el grupo de entonces aquel juego en el que ni siquiera podías arrasar las ciudades del oponente: teníamos alma de bárbaros, y para nosotros estaba muy claro qué era lo mejor de la vida.
Pero nada dura para siempre, y esas tardes de domingo eternas dieron paso a encuentros más fugaces y esporádicos cuando conseguíamos cuadrar horarios. Lo que importaba en esos encuentros era la rara ocasión de reunirnos y recuperar el contacto perdido por las diversas rutinas. Seguíamos teniendo ganas de jugar, pero también había que charlar y reírnos y tampoco teníamos tiempo ni capacidad para los monster games de antaño. Tocaba echar mano de cosas más ligeras, y ahí fue donde Catán, entre otros, acudió al rescate.
Desde entonces he conocido nueva gente, me he reencontrado con otra y he mantenido contacto con otros tantos y en buena parte de esas ocasiones Catán ha estado involucrado de una manera u otra, y es que es una excusa perfecta para tener un rato tranquilo y agradable de conversación dirigida, mientras vamos recibiendo pequeñas dosis de refuerzo positivo. El elemento de construcción, el colocar físicamente más piezas en el tablero y ver como tu red de asentamientos y carreteras va creciendo es algo que siempre hace ilusión, y que la partida se acabe justo cuando ves que todo empieza a despegar y acumulas materias con algo de facilidad te deja con ganas de volver a jugar, en un ciclo que se alimenta a sí mismo.
Sin embargo, hay muchos otros juegos en los que construyes cosas, y muy pocos han llegado a alcanzar una mínima parte de lo que ha conseguido Catán. El secreto de su éxito, curiosamente, también es el motivo por el que algunos (a quienes habrá que aceptar y querer igual, qué le vamos a hacer) lo consideran un juego malo o poco serio: estoy hablando, por supuesto, del azar y la negociación.
Algo tan simple y que hoy nos parece tan trivial como la tirada de dados para conseguir recursos no ha podido, teniendo en cuenta todo lo que implica, ser algo casual: que los recursos se generen mediante una tirada de dados y no de manera continua o cíclica convierte cada turno en un pequeño momento casino en el que cada jugador cruza los dedos esperando que salga alguno de los números por los que ha apostado, creando una mezcla entre planificación estratégica y gestión de azar al inicio de la partida, en el que cada jugador elige si apostar fuerte por un número o repartirse entre varios, así como valorar si prefiere un recurso menos útil pero más común o uno que no va a rendir demasiado pero que proporcione un recurso más valioso. La curva que produce una tirada de dos dados de seis caras es lo suficientemente fiable como para hacer planes a largo plazo en torno a ella, pero permite la suficiente variación como para que un jugador novato pueda tener su momento de suerte y vencer a uno más experimentado gracias a 4-5 tiradas ventajosas en momentos clave.
Otro factor que hace que Catán sea un juego ideal para reuniones informales es el elemento de negociación: no puedes ponerte a jugar a Candy Crush en los turnos de los demás jugadores porque, aparte de coger los recursos que te den sus tiradas, tienes que estar atento por si quieren cambiar algo que te convenga. Quizá, por otro lado, sea este intercambio lo que a más jugadores ha echado para atrás, y el motivo por el que hay gente con la que conviene dejar Catán en la estantería y buscar otra cosa: jugadores demasiado casuales o con intereses ajenos a la partida pueden convertir Catán en una especie de juego cooperativo: ‘Ay, me falta una piedra para poder construir esta ciudad’ y, mientras miras esa piedra que has estado guardando en la mano para ese momento y te dispones a hacer tu oferta, al lado: ‘Toma, cari’, ‘Ay, gracias, churri‘ y tú preguntándote qué haces ahí, y si no deberías irte a dar un paseo para darle a la parejita algo de intimidad.
Una bestia distinta es aquel que decide no negociar jamás porque se ha convencido a sí mismo de que es la estrategia ganadora y, después de la partida, se enfurrusca con el juego y dice que es un tiradados sin sentido. La verdad es que ocurre todo lo contrario, y un jugador que haga muchos intercambios equilibrados o incluso a pérdida siempre va a tener una ventaja sobre los que sólo quieren hacer uno o dos cambios que le resulten muy ventajosos. Con este tipo de gente lo mejor suele ser dejarles tranquilos con sus Trajan y sus Terra Mystica y no pretender sacar de donde no hay.
Han pasado casi veinte años desde su publicación, y Catán sigue siendo uno de los mejores juegos para los que simplemente quieran pasar un buen rato. La enorme cantidad de expansiones hace que sea muy fácil encontrar la variante que mejor se adapte a tus gustos, y la variación y el grado de interacción entre jugadores te asegura que no vas a jugar dos partidas iguales. Si tiene una desventaja es que funciona más como una herramienta que como una máquina: no va a hacer el trabajo por ti y, si la gente que se sienta a la mesa no lo hace con la disposición adecuada, la cosa puede no funcionar. Por otra parte, cuando funciona es tan divertido que merece la pena intentarlo.
Link de descargas.:
https://drive.google.com/file/d/1SFtxqgU2tZ_x_GXSrbjyYzhaBWjbA96N/view?usp=sharing
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